La medida de incluir a la pintora en las salas del museo fue alentada por el público y las redes sociales ante la falta de diversidad
El Museo del Prado cumple con su palabra y saca a sala el cuadro El Cid,de la pintora francesa Rosa Bonheur, que había devuelto a los almacenes tras exponerlo en la muestra temporal La mirada del otro, en 2017. Con ella, son cuatro las mujeres representadas en las salas del museo. Se pone de esta manera punto final al silencio y la indiferencia que ha mantenido a Bonheur en los almacenes del museo. El Cid es una cabeza de león portentosa, que en 1879 donó al Prado Ernest Gambart (1814-1902), marchante, representante y figura clave en la proyección y promoción de la artista.
Con esta entrega quedó patente el vínculo que la emperatriz Eugenia de Montijo había urdido entre la artista y España, después de que la esposa de Napoleón III le llevara a su casa, en persona, la Cruz de la Legión de Honor por su trayectoria artística. La periodista Concepción Gimeno recordó en su crónica que “la gratitud hacia la augusta española hizo a la insigne artista muy amiga de España”. Un siglo y medio más tarde, se hace justicia con la amistad y la gratitud del regalo de Gambart y de la pintora.
“Mis pantalones han sido grandes protectores”. Se lo dijo Rosa a su segunda esposa, Anna Elizabeth Klumpke, que tomó nota de sus reflexiones para montar una (auto)biografía de la pintora, en la que deja claro sus fuerte devoción religiosa y su orgullo por haberse atrevido a romper con las tradiciones “que me habrían obligado a abstenerme de ciertos tipos de obras, debido a la obligación de arrastrar mis faldas por todas partes”.
La pintora quiso estar en todas partes menos en su casa o en la iglesia, retenida y aceptando que el mundo exterior es una exclusiva masculina. Se le nota cuando se refería a las mujeres “que piden permiso para pensar”. También dejó esto por escrito. De los hombres no esperó ayuda para conquistar sus derechos. “No tenía más alternativa que darme cuenta de que las prendas propias de mi sexo eran un estorbo total. Pero el traje que llevo es mi uniforme de trabajo, nada más, y si les incomoda lo más mínimo, estoy completamente preparada para ponerme una falda, ya que todo lo que he de hacer es abrir un armario para encontrar un amplio surtido de conjuntos femeninos”, se excusó irónicamente la artista por escrito.
Con esta medida, alentada desde el público y las redes sociales, el Museo del Prado refuerza lo diverso y múltiple contra el canon único. Por eso Rosa Bonheur supone un encuentro inesperado, porque su presencia supone una degeneración de ese canon uniforme, obsoleto y anacrónico. El león de la pintora francesa es un disparo en medio del concierto, una llamada de atención contra una raza exclusiva (de señores) que se expone como referencia del momento en que fueron creados los museos. Rara vez durante el siglo XIX la carrera artística y el reconocimiento de una mujer eclipsaron a la de sus homólogos masculinos. Rosa Bonheur lo hizo.